ROJO*
Mis compañeros y yo hemos salido en estampida empujándonos unos a
otros, locos por mover los músculos entumecidos por el encierro. Es cierto que
algunos hemos resbalado, pues las pezuñas no están preparadas para el asfalto,
pero yo he logrado mantenerme sobre las patas sin caer, otros han tenido menos
suerte y se los ve rodeados de seres humanos que intentan levantarlos. Tengo
las pulsaciones al máximo, me excita correr con público alrededor. El rojo
nubla mi vista, no tiene nada que ver con el verde anestesiador de los
pastizales donde nos crían; pañuelos al cuello y a la cintura atrapan mis
sentidos y me obligan a correr tras ellos. Sí, estoy excitado, reconozco que me
repito –un toro no maneja bien los sinónimos-. Ahora bien, ¿no les gustaba
tanto el color rojo?, pues, por qué armar tanto barullo por ese líquido rojo
que ahora mancha la acera y mana como fuente de uno de los corredores. No
entiendo los golpes e insultos a un pobre toro que ha intentado disfrutar como
ellos y que les ha teñido de su color favorito la calle.
*Este texto apareció antes en el blog Tembladeral de sílabas
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